Familiares de Charles Perrine donaron documentación y objetos personales de quien fuera director del Observatorio Astronómico entre 1909 y 1936
El material está compuesto por un sinnúmero de piezas e incluye cartas, fotografías, una valija, libros y una medalla de la Sociedad Astronómica del Pacífico. Conocé los cuatro hitos que marcó, para la astronomía argentina, la gestión del último director de origen estadounidense en la histórica institución científica fundada por Domingo Sarmiento. [14.06.2024]
En una emotiva ceremonia realizada en la sede central del Observatorio Astronómico de Córdoba (OAC), Diana Merlo Perrine, Scott Thomas y Astor Dillon Orozov Thomas –nieta, bisnieto y tataranieto de Charles Perrine, respectivamente, junto con Abraham Becker, esposo de Diana– entregaron a las autoridades de la institución un conjunto de documentos y objetos personales de quien ejerció la conducción del entonces Observatorio Nacional Argentino, entre 1909 y 1936.
Entre los elementos cedidos se cuentan misivas, postales, libros, una maleta, un álbum de fotografías y una medalla de la Sociedad Astronómica del Pacífico, una de las tantas entidades que distinguió a Perrine a lo largo de su carrera.
Tras ser sometido a instancias de limpieza y conservación preventiva por parte de personal de la biblioteca del OAC, el material será inventariado y catalogado. Pasará a formar parte del archivo histórico que depende del Museo del Observatorio Astronómico. La idea es, eventualmente, digitalizar las piezas y subirlas al repositorio digital de la Universidad Nacional de Córdoba.
Para la institución, los materiales poseen un gran valor patrimonio y cultural. Que hayan sido entregados por la propia familia, además, asegura la autenticidad de los documentos. Indagar sobre el contexto, las personas, los lugares y fechas de esos registros permitirá, a futuro, integrar esa información en una narrativa sobre las prácticas de aquella época, un eslabón fundamental en el proceso de memoria de una comunidad.
Previo a la ceremonia de donación, los familiares de Perrine habían visitado su tumba en el “Cementerio del Salvador”, un sector colindante con el cementerio San Jerónimo y reservado para quienes no profesaban la religión católica.
En homenaje a la figura del ex director y por sus aportes a la institución y al desarrollo de la astrofísica en Argentina, el OAC llevó adelante obras de recuperación en ese espacio y colocó una placa conmemorativa.
Una pasión adolescente que le valió el reconocimiento internacional
Que a los 14 años ya contara entre sus pertenencias con un pequeño telescopio preanunciaba el rol protagónico que Charles Dillon Perrine lograría en el campo de la astronomía en los albores del siglo XX.
Nació en Ohio, Estados Unidos, en 1867. Graduado de la secundaria y sin título universitario, en 1893 comenzó a trabajar como secretario en el Observatorio Lick, dependiente de la Universidad de California. Solo dos años después, se convirtió en “Astrónomo Asistente”.
Fueron su inteligencia, dedicación y gran capacidad de observación las que impulsaron su carrera. Por entonces, su principal logro científico fue el descubrimiento –mediante técnicas fotográficas–, de Himalia (1904) y Elara (1905), dos lunas de Júpiter. Para ello, usó el telescopio refractor Crossley, de 91 centímetros de apertura, del que estuvo encargado varios años.
Halló nada menos que nueve cometas que hoy llevan su nombre, fotografió nebulosas, galaxias y motorizó numerosos estudios sobre eclipses totales de Sol, para los cuales participó en expediciones a Sumatra y España.
Sus contribuciones a la disciplina y las cerca de 270 publicaciones en revistas científicas le valieron el título de Doctor Honoris Causa, otorgado por el Santa Clara College, de California. Y en 1905, ese reconocimiento allanó el camino para su nombramiento formal como astrónomo en el Observatorio Lick.
Fue distinguido por la Sociedad Astronómica del Pacífico (medalla Donohoe, 1896), la Academia de Ciencias de Francia (Premio Lalande, 1897) y la Sociedad Astronómica Mexicana (Medalla de Oro, 1905).
El último director estadounidense
Su nombre como candidato a conducir el Observatorio Nacional Argentino (actual OAC) surgió tras el inesperado fallecimiento de John Thome, que había dirigido la institución entre 1885 y 1908.
En aquel entonces no había astrónomos de profesión entre el personal del Observatorio, lo que obligó a Rómulo Naón, ministro de Justicia e Instrucción Pública de la Nación, a iniciar la búsqueda de un sucesor externo.
Para ello, consulta a Walter Davis, director de la Oficina Meteorológica Argentina, que había trabajado casi una década en el Observatorio tras ser contratado por Benjamin Gould, el primer director de la institución. También dio su opinión Richard Tucker, quién se había desempeñado en el ONA durante la gestión de Thome.
Finalmente, es William Campbell, el director del Observatorio Lick, quien propone a Charles Perrine, su mano derecha por aquel entonces.
Un decreto rubricado por el presidente José Figueroa Alcorta, del 29 de enero de 1909, designó a Charles Perrine como director del ONA, que por entonces era uno de los centros científicos más relevantes del mundo y contaba con un presupuesto similar al del Observatorio Lick.
Córdoba, su lugar en el mundo
Perrine llegó a Córdoba en junio de 1909 con su esposa Bell Smith, quien había oficiado como bibliotecaria en el Observatorio Lick. Ella asistió a su marido asiduamente, colaborando con el registro de sus observaciones astronómicas.
Entre 1911 y 1921, nacieron sus dos hijos (Charles Dillon Jr. y Dillon Ball) y sus tres hijas (Mary Lyford, Isabel y Elizabeth Charlotte). A fines de 1923, la familia viajó a Estados Unidos. Perrine regresa a Córdoba solo, en 1924.
El asma lo acompañó buena parte de su vida. Lo mantenía postrado durante buena parte del invierno –lo que impactaba en su producción científica–, y demandaba atención profesional permanente. Falleció en Villa del Totoral, el 21 de junio de 1951, localidad donde se había radicado tiempo atrás.
En los últimos años su hija Mary Lyford lo visitaba con frecuencia. En esos encuentros, tipeaba en una máquina de escribir lo que el ex director le dictaba. Su nieta Diana, hija de Mary, solía acompañarlo durante los veranos.
Ayer, Diana retornó al predio donde su madre pasó su infancia y recorrió los antiguos edificios donde su abuelo impulsó el avance de la astrofísica argentina. La documentación que donó contribuirá a reconstruir con mayor precisión uno de los períodos más significativos en la historia del actual Observatorio Astronómico de Córdoba.
Cuatro huellas de Perrine
La gestión de Perrine en el Observatorio Argentino Nacional marcó un punto de inflexión para la astronomía argentina. Aquí, cuatro hitos de su legado.
1 – Un nuevo horizonte científico para la astronomía cordobesa
Una de las razones por la Perrine aceptó la dirección del Observatorio fue la posibilidad de impulsar un trabajo pionero en el hemisferio sur. Hasta su llegada, la institución focalizaba su producción científica en proyectos de astrometría, esto es, determinar la ubicación y el desplazamiento de los astros.
Dentro de esa línea, se dio continuidad a tres grandes proyectos internacionales que se desarrollaban al momento de su arribo: la “Carte du Ciel”, la “Córdoba Durchmusterung” y el “Catálogo fundamental de la Astronomische Gesellschaft”.
Para la “Carte du Ciel” se obtuvieron varios miles de fotografías, y se completó el catálogo “Córdoba Durchmusterung”, que finalmente totalizó el registro de más de 600 mil estrellas del hemisferio sur celeste. El Catálogo Astronomische Gesellschaft”, en tanto, incluyó casi 100 mil estrellas medidas con gran precisión.
El interés de Perrine, sin embargo, estaba puesto en la astrofísica, el campo que indaga sobre la físico-química de los cuerpos celestes y se enfoca en su formación, composición y evolución (1). Fue por su impulso que este tipo de estudios –que a futuro dominaron la astronomía– comenzaron en el ONA.
Durante su gestión, el Observatorio logró imágenes directas y espectros de cúmulos estelares, nebulosas y galaxias. Realizó un registro fotográfico completo del cometa Halley en 1910, lo que permitió décadas después ajustar con gran precisión su órbita. La observación del asteroide EROS (1931), en tanto, contribuyó a determinar la distancia Tierra – Sol, una unidad fundamental en el campo de la astronomía. Y se construyó, además, su sede actual, declarada Monumento Histórico Nacional en 1995.
2 – El gigante de Bosque Alegre
La irrupción de la fotografía y los estudios espectroscópicos en el campo de la astronomía, a comienzos de siglo XX, demandaban telescopios de gran apertura, capaces de capturar la luz tenue de las galaxias.
Por ese motivo Perrine gestionó la compra de un telescopio reflector de 1,54 metros de diámetro, cuyas dimensiones lo ubicaban a la par del más grande en el mundo por entonces: el del Observatorio de Monte Wilson (California, Estados Unidos). En 1912, el Congreso Nacional incluyó la adquisición en el presupuesto.
En paralelo, el director del ONA emprendió, junto con la colaboración de su equipo, la búsqueda de un sitio dónde instalar el instrumento. La donación de unas hectáreas de la estancia “Bosque Alegre” –que incluía el cerro San Ignacio, en las sierras de Córdoba– resolvió la pesquisa: el lugar poseía óptimas condiciones para los estudios astronómicos.
La idea original de Perrine era encargar el tallado del espejo a George Ritchey, un reconocido óptico estadounidense. Pero ante las dificultades que enfrentaba este último para resolver satisfactoriamente un pedido del Observatorio Monte Wilson, Perrine optó por llevar adelante la tarea en los talleres del propio ONA.
Para configurar el espejo, eran necesarios otros dos espejos: uno plano, de 90 centímetros de diámetro y otro esférico, de 76 centímetros. Los bloques macizos de vidrio fueron comprados a una empresa francesa. El más grande pesaba una tonelada, tenía un diámetro de 1,55 metros y un espesor de 25 centímetros.
Para su tallado y pulido se creó el Laboratorio de Óptica en el ONA y se construyeron las máquinas necesarias. El fallecimiento de James Mulvey, técnico responsable de la configuración del espejo, inició una serie de traspiés que impidieron la finalización del objetivo, aun cuando las instalaciones y la cúpula de la Estación Astrofísica de Bosque Alegre (EABA) ya estaban concluidas.
La jubilación de Perrine, en octubre de 1936, se da en un contexto de sucesivos retrasos en la puesta en funcionamiento del EABA y duros cuestionamientos a su gestión.
A fines de 1937, la finalización del espejo es encargada al óptico J. W. Fecker, de Pittsburgh, Estados Unidos, quien también tuvo serias dificultades para lograr la configuración adecuada. Es Enrique Gaviola, astrofísico del Observatorio y encargado de recibir el espejo, quien finalmente debe tomar a su cargo la misión. Él dirige exitosamente las tareas y el espejo queda terminado para diciembre de 1939.
Recién el 1 de diciembre de 1941, el espejo recibió su primera luz. La inauguración de la EABA ocurrió el 5 de julio de 1942. Uno de los trabajos de mayor envergadura que se realizaron con este instrumento fue el “Atlas de Galaxias Australes” (1968), llevado adelante por José Luis Sérsic.
Entre los avances científicos logrados con esas instalaciones, también se cuentan el hallazgo de estrellas enanas blancas, de la nebulosa que rodea la estrella Eta Carinae y, más recientemente, la participación en el descubrimiento de Chariklo, el primer asteroide con anillos.
3 – El primer telescopio de gran porte producido en Argentina
Para tallar adecuadamente el espejo de 1,54 metros que sería el corazón del telescopio reflector de Bosque Alegre, era necesario contar con otros dos espejos. Uno plano, de 90 centímetros, que operaría como instrumento de control, y otro más pequeño, de 76 centímetros, para la configuración del segundo.
Dado que este último perdía su utilidad una vez construido el plano, Perrine decidió reutilizarlo. Así inició la historia del instrumento que se convirtió en el telescopio más grande de Argentina para su época, construido íntegramente en el país.
El bloque original de vidrio tenía 76 centímetros de diámetro, 12,7 centímetros de espesor y pesaba 120 kilogramos. Personal técnico del laboratorio de óptica del ONA lo talló dos veces: la primera, para darle la forma esférica necesaria para calibrar el de 90 centímetros; la segunda, para lograr la curvatura parabólica indispensable para las observaciones astronómicas. Su montura se diseñó y construyó en los talleres mecánicos de la institución.
El telescopio fue instalado en la cúpula este del edificio del Observatorio y utilizado por primera vez a finales de 1917. Mayormente estuvo abocado a fotografíar cúmulos estelares, nebulosas y galaxias. En un informe, Perrine reseñaba que la fabricación había demandado 1.000 pesos, mientras que su valor en el mercado ascendía a 20 mil pesos.
4 – Las primeras mujeres astrónomas contratadas en el Observatorio
A inicios del siglo XX comienza a permear en los registros históricos la participación de mujeres en el quehacer del Observatorio Nacional Argentino.
Ellas figuran asignadas a tareas administrativas o como asistentes de sus compañeros varones, en la medición de las placas fotográficas y en la realización manual de cálculos trigonométricos para convertir las mediciones en coordenadas.
Precisamente en esas tareas colaboraron Mary A. Quincy Adams (entre 1870 y 1883), Frances Angeline Wall (1885 a 1908) y Bell Smith (1909 a 1923), esposas de los primeros tres directores titulares (Benjamin Gould, John Thome y Charles Perrine) del Observatorio.
Perrine junto a personal del Observatorio Nacional Argentino. Junio 1920
Sin embargo, las primeras astrónomas contratadas formalmente como tales fueron Anna Estelle Glancy y Emma Phoebe Waterman. Ambas se habían doctorado en esa disciplina en el Berkeley Astronomical Department de la Universidad de California, en 1913.
En un campo dominado por hombres, no habían logrado sortear los obstáculos para hallar un puesto en el Observatorio Lick, en su país natal. Su postulación para el ONA resolvió varios frentes para Perrine.
Por un lado, en Argentina las universidades todavía no formaban profesionales en astronomía y él necesitaba incorporar personal altamente capacitado con urgencia. Por el otro, ambas se habían especializado en el estudio de cometas y asteroides, así como en espectroscopia, líneas que Perrine quería profundizar en el ONA.
En octubre de 1913, Waterman y Glancy se incorporaron al Observatorio. La primera permaneció sólo tres meses en Córdoba. La segunda, en cambio, trabajó cinco años en la institución.
En un texto autobiográfico, Glancy recordó su llegada al ONA: “Los dos hombres mejor formados eran estadounidenses [Nota: se refería a Perrine y al astrónomo Meade Zimmer]. Nadie más del personal tenía mi capacidad técnica, fui aceptada como un igual y tuve vía libre.”
Sin embargo, recibía una paga menor. Los “astrónomos de primera” percibían una remuneración de 475 pesos. Ella, por tareas similares, apenas 237,5 pesos.
Toda la información histórica recuperada en este artículo se encuentra disponible en el libro “Córdoba Estelar” (Edgardo Minniti / Santiago Paolantonio, 2013) y en el sitio “Historia de la Astronomía”, de Santiago Paolantonio.
1 – La astrofísica parte de la idea de que “todos los objetos del cosmos están compuestos por elementos químicos iguales a los existentes en nuestro entorno, y las leyes que describen los fenómenos físicos son válidas en todo el universo” Historia de la Astronomía.