Cometas: mensajeros helados del sistema solar

Desde tiempos antiguos, los cometas han despertado fascinación y desconcierto. Hoy sabemos que son cuerpos formados por hielo, polvo y materiales rocosos, vestigios intactos de los orígenes del sistema solar. Cuando se acercan al Sol, el calor hace que el hielo se sublime —pase de sólido a gas— y libere partículas que forman una envoltura brillante, la coma, y una cola que puede extenderse millones de kilómetros. Ese espectáculo visual es, en realidad, una ventana al pasado: los cometas conservan información sobre la materia primordial con la que se formaron los planetas hace más de 4.500 millones de años.

En los últimos años, la astronomía ha comenzado a detectar visitantes que no pertenecen a nuestro sistema solar: los cometas interestelares. Estos objetos viajan desde otros sistemas planetarios y cruzan el nuestro solo una vez antes de perderse nuevamente en el espacio. Es el caso de 3I/ATLAS, el tercer cometa interestelar jamás observado, que se encuentra en estos días acercándose a su punto más próximo al Sol, conocido como perihelio.

Descubierto en julio de 2025 por el sistema de detección ATLAS, este cometa llamó la atención de la comunidad científica por su órbita hiperbólica —prueba de su origen interestelar— y por su composición inusual, rica en dióxido de carbono. Observaciones realizadas con el telescopio espacial Hubble permitieron detectar su actividad cuando aún estaba a más de tres veces la distancia entre la Tierra y el Sol, lo que sugiere que su química y estructura son muy distintas a las de los cometas que conocemos.

Aunque su paso representa un acontecimiento astronómico relevante, 3I/ATLAS no será visible desde Córdoba ni a simple vista en ninguna región del planeta. Su trayectoria lo mantiene muy cerca del Sol desde nuestra perspectiva, y su distancia mínima a la Tierra —casi 270 millones de kilómetros— lo convierte en un visitante lejano, perceptible solo a través de los instrumentos de observación científica en el hemisferio norte.

Mientras tanto, el cielo de octubre ofrecerá un espectáculo visible y mucho más cercano: la lluvia de meteoros Oriónidas, que alcanzará su máximo entre el 20 y el 21 de octubre. Este fenómeno ocurre cuando la Tierra atraviesa el rastro de polvo que dejó el famoso cometa Halley en cada uno de sus pasos por el sistema solar interior. Las pequeñas partículas desprendidas del cometa ingresan a gran velocidad en la atmósfera terrestre, donde se desintegran y producen las conocidas “estrellas fugaces”.

Halley Multicolor Camera Team, Giotto Project, ESA. La nave espacial europea Giotto se convirtió en una de las primeras naves espaciales en fotografiar el núcleo de un cometa con estas imágenes del Halley que datan de 1986.

Las Oriónidas pueden observarse desde ambos hemisferios, aunque las mejores condiciones para apreciarlas se dan después de la medianoche, cuando el radiante —ubicado en la constelación de Orión— se eleva sobre el horizonte. Bajo cielos despejados y sin contaminación lumínica, es posible ver entre 10 y 20 meteoros por hora.

Aun cuando el cometa Halley se encuentre actualmente lejos del Sol, su paso continúa dejando rastros visibles en el cielo nocturno. Las Oriónidas son una forma de recordar que los cometas, aunque lejanos, siguen conectados con nuestro planeta a través de los fenómenos que generan en su recorrido por el sistema solar.

Foto de portada: https://science.nasa.gov/asset/hubble/comet-ison-2/